Nos Ponemos la Camiseta Verde Planeta

La crisis ambiental en la que hemos sumido al planeta, requiere de cada uno de nosotros para poder poner un freno al cambio climático a través de pequeñas acciones que minimicen nuestro feroz impacto en el medio ambiente, pero no de forma aislada sino juntos reconociendo el aporte y el trabajo de quien se puso la camiseta y trata de cambiar su metro cuadrado.
Esta vez te contamos la historia de 4 personas apasionadas por el medio ambiente que poco a poco han generado cambios en su vida y su entorno.

Jhoselyn GallegosEs una joven mujer, estudió licenciatura en educación ambiental y todos sus conocimientos los pone en práctica en su hogar con sus pequeños hijos, en su casa se separa los residuos (porque en la naturaleza la basura no existe)
Jhoselyn tiene un pequeño huerto donde los encargados de la cosecha son Thomas y Martin.
“En casa con mi esposo, decidimos que debemos dejar de quejarnos de cómo está el mundo y lo mal que hacemos al planeta y tomar acciones, así empezamos a adecuar nuestro jardín para que vengan polinizadores, después con algunas macetas y cajas empezamos nuestro huerto, ahora no compramos ají, perejil, manzanilla, sábila entre otras cosas porque aquí crecen”


José Luis Fiallos, es ingeniero en administración de empresas hoteleras, “No es necesario satanizar todo, pero hay que parar con consumo indiscriminado e irracional de recursos”
José Luis encontró en la bicicleta una forma sustentable de hacer turismo, además de mejorar y proponer planes para que mejore la salud ambiental en su barrio y su entorno, así que cuando quieran recorrer la ciudad y descubrirla desde una nueva perspectiva vaya en bici y déjese sorpréndase.


Andrea Baquero. Es una mujer emprendedora y ciclista urbana, “El planeta es parte de uno, si no lo cuidamos no tendremos donde vivir, quiero que mi hijo tenga este planeta para vivir, no hay otro” ella hace del cuidado del planeta una práctica cotidiana, junto a su pareja Fernando tienen la tienda Fulgur Bicicletas Urbanas, donde su pasión por las bicicletas se fusiona con el amor por las aves, todos los modelos tienen el nombre de un ave.


Hay quienes van por más y han dejado la ciudad para reencontrarse con la naturaleza y con su espiritualidad Erich Gósa es un ejemplo y él mismo nos quiso contar su historia con sus palabras.
"Resulta bastante complicado explicar por qué uno toma una decisión tan extrema como esta, pero cuando te das cuenta de que todas las respuestas se encuentran en la soledad y el silencio de la naturaleza, todo se simplifica. Luego de cuarenta años de vivir en la ciudad, y de dedicarme al engañoso y fantasioso oficio de la producción de televisión y la publicidad por veinte, no soporté más afectar a mi salud física y mental, viviendo en una atmósfera de toxicidad ambiental y humana, y decidí buscar tierras en el noroccidente de Pichincha para empezar una vida nueva en el bosque nublado del Chocó andino. Desde que tengo memoria, siempre disfruté del contacto con la naturaleza, y gracias a mi profesión como fotógrafo y camarógrafo independiente, conocí el pueblito de Tulipe, ubicado a 70 kms. de Quito, allá por el año 2002. Fue muy extraño el llamado que sentí desde el primer día de los quince que tuvimos que experimentar con mi equipo de producción, debido a una serie de documentales que debimos realizar para una ONG extranjera, interesada en la conservación de los bosques y fuentes de agua natural. Cuando llegué a esta zona habitada antiguamente por el pueblo Yumbo, fue como si una voz interior me hablara y me dijera que ahí debía terminar mis días. Pasaron doce años, en los que nunca se me fueron de la memoria las maravillosas jornadas de filmación y convivencia con los pobladores de la región, y de conocer su enorme biodiversidad faunística y botánica; por algo es conocida como el pequeño Yasuní. Luego de una experiencia negativa en la ciudad, cuando sufrí el robo de mi productora de cine y televisión, de donde se sustrajeron absolutamente todos los equipos fotográficos y de audio y vídeo, tomé la decisión que venía pensando desde algún tiempo atrás. El interés que habían despertado en mí, desde un par de años antes, la filosofía del taoísmo y el estudio autónomo de la física cuántica -temas y materias aparentemente distantes, pero relacionadas y sincronizadas más de lo que uno se imagina-, hicieron que experimente el extraordinario mundo de la meditación, la respiración y el entrenamiento autógeno de la mente. Fueron estos detonantes los que hicieron que venciera mis temores y me impulsaran a dejar atrás la típica vida de consumismo y derroche que, casi como una obligación, debe desarrollarse entre el cemento y el asfalto. Ahora, luego de seis años de vida en el equilibrio y armonía del bosque, y de haber educado mi cuerpo y mente para lograr construir con mis manos una casa de madera que, para mí, es el más grande y lujoso palacio, y gracias a este breve resumen que hice por pedido de mi tocaya Erika, acabo de darme cuenta de que fue la mejor decisión de mi vida. Aunque el trabajo en el campo es sumamente duro y sacrificado, cuando empiezas a ver todo lo que has logrado simplemente venciendo los miedos que siempre quieren desestabilizarnos, es absolutamente satisfactorio y reconfortante. A pesar de que estos fascinantes años los he dedicado a escribir y a leer para alimentar de ideas y creatividad mi cerebro, siempre es difícil terminar las narraciones o escritos para un novel escritor como yo. Afortunadamente, y gracias a esa sincronía universal que se logra obtener con las altas vibraciones de la meditación profunda, y que nos permiten alcanzar estados de paz y alegría, justamente hoy, coincidentemente, publiqué un comentario en Facebook que se me ocurrió mientras recorría en bicicleta las caminos que algún día transitaron los sabios y ancestrales Yumbos, y que creo resultará indicado para cerrar este sencillo relato: Cuando logras superar los objetivos materiales, monetarios y de acumulación absurda de riquezas efímeras; sentirte físicamente fuerte, espiritual o energéticamente equilibrado y mentalmente poderoso, es suficiente para darte cuenta de que nada ni nadie puede abatirte". Erich Gósa